





Pero también es cierto que el grado de protección que la fauna y el medio ambiente posee en este país no es comparable al de ningún otro, que las leyes al respecto son tremendamente estrictas y, lo más importante, se hacen cumplir a rajatabla.
Ello se traduce v.g., en que el acceso a las zonas habitadas por el pingüino de ojo amarillo -rarísimo ejemplar en vías de extinción que sobrevive en pocos rincones del planeta- durante el periodo de cría es limitadísimo. E igual ocurre con el albatros, el león marino o la foca común.
Eso sí, ovejas y gaviotas, todas las que usted quiera.





En la mayoría de estos locales se sirven comidas a todas horas, del desayuno a la cena pasando por el moderno brunch -allí sí que es una práctica habitual-, los aperitivos de media mañana o los de media tarde. Vamos, que están habitados a todas horas.
El de las imágenes es el 'Ernesto', nombre que no dice mucho sin añadir que se encuentra en la calle Cuba de Wellington. Espectaculares tazones de frutas y cereales con yogurt, prensa diaria, música caribeña suave, amables camareras y el sol atravesando la enorme cristalera desde la que se observa el trasiego de la mañana en una de las calles más populares de la capital neozelandesa. Todo un descubrimiento.


Resulta más interesante la historia maorí del lugar, según la cual el glaciar se denomina Ka Roimata, es decir, "lágrimas de la joven del alud". Según la leyenda local, una joven y su aguerrido amante se retiraban a la montaña para mantener sus amorosos encuentros alejados de las miradas indiscretas de los vecinos. En una de estas, el muchacho dio un traspiés y cayó por uno de los barrancos de la zona. El torrente de lágrimas -y suponemos que mocos- que la chiquilla soltó se congeló y se formó el glaciar.
Toponimia al margen, el lugar es, sencillamente, espectacular. Desde el pueblo que recibe el mismo nombre, a apenas 5 kilómetros de la lengua de hielo, se pueden contratar los servicios de un guía con el que echar el día aprendiendo para qué sirven unos crampones, cuanto tarda en llegar el hielo desde la cumbre hasta el valle o por qué el hielo adquiere una extraño color azul según la zona y la hora del día.


Una recoleta plaza del centro de Auckland que hace las veces de pasaje entre dos calles a distinto nivel recuerda tan significativo acontecimiento con unos tristes azulejos mal conservados.

Desde entonces a Nueva Zelanda se la conoce como Aotearoa en lengua maorí, una cultura que, si bien hasta no hace más de tres décadas era menospreciada por la mayoría blanca del país, hoy constituye la base de una identidad colectiva largamente ansiada por los neozelandeses. Desde la famosa haka que los All blacks incorporaron a su parafernalia deportiva al museo más modesto del país, en la Nueva Zelanda de hoy la herencia cultural maorí es motivo de orgullo patrio.
A mí todo esto me trajo una enorme nostalgia de la Expo'92.











Nunca entendí por qué en algunas agencias de viajes ofrecen como estancia hoteles con una variedad tal de instalaciones que parecen diseñados para que el viajero nunca salga de ellos. Lo cual es, a todas luces, un contrasentido habida cuenta que uno viaja para vivir ciudades, experimentar la calle o dejarse llevar ante la contemplación de un paisaje ajeno a todo cuanto había visto antes. Circunstancias que difícilmente va uno a culminar en el interior de una de esas instalacionres.
Claro que también hay hoteles que parecen estudiados para todo lo contrario, es decir, para que el viajero pase el menor tiempo posible en ellos. El Leviatán, en Dunedin, es uno de ellos. Miedo no, lo siguiente, es lo que uno experimenta al regresar de madrugada a su habitación con el silencio acuchillando el aire y la moqueta del pasillo crujiendo bajo tus pies.
"Tú con tu poder, dividiste el mar y aplastaste las cabezas de monstruos marinos
Rompiste las cabezas de Leviatán y lo diste por comida a las tortugas de mar".
Salmo 74. 13-14
Rompiste las cabezas de Leviatán y lo diste por comida a las tortugas de mar".
Salmo 74. 13-14




Y para demostrarlo, su dueño cada día atiende al público vestido a la usanza de una década diferente. Lo pillé vestido de bufón de la corte. De esos hay en todas las épocas.
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