¿Años treinta?

Juana de Arco en Christchurch

El tren cremallera de Wellington

A bordo del tren cremallera de Wellington

El parlamento de Nueva Zelanda

Nueva Zelanda fue el primer país del mundo en aprobar el sufragio femenino sin restricciones. Fue en 1893, el mismo año en que se patentó la fórmula de la Coca Cola y nació Mao Zedong. Ante la presión del movimiento liderado por la activista de los derechos de la mujer Kate Sheppard, el gobierno no tuvo más remedio que dar luz verde al derecho de las neozelandesas a elegir a sus gobernantes.
Una recoleta plaza del centro de Auckland que hace las veces de pasaje entre dos calles a distinto nivel recuerda tan significativo acontecimiento con unos tristes azulejos mal conservados.


Esquina de Wellesley con Queen st. Auckland



El faro del fin del mundo. Región de The Catlins, Isla Sur.



Y la movida llegó a Dunedin
El gran navegante maorí Kupe partió de Hawaiki en su barco de doble casco en busca de una tierra mejor. Según la leyenda, fue persiguiendo al pulpo gigante Muratangui cómo Kupe arribó a la costa de una gran isla verde. Cuando su mujer, Kuramarotini, la divisó en el horizonte, gritó: "¡He ao, he ao tea, he ao tea roa!" ("¡una nube, una nube blanca, una larga nube blanca!").

Desde entonces a Nueva Zelanda se la conoce como Aotearoa en lengua maorí, una cultura que, si bien hasta no hace más de tres décadas era menospreciada por la mayoría blanca del país, hoy constituye la base de una identidad colectiva largamente ansiada por los neozelandeses. Desde la famosa haka que los All blacks incorporaron a su parafernalia deportiva al museo más modesto del país, en la Nueva Zelanda de hoy la herencia cultural maorí es motivo de orgullo patrio.

A mí todo esto me trajo una enorme nostalgia de la Expo'92.








Aotearoa es, definitivamente, una territorio verde en el más estricto sentido de la palabra. Y también es una de las naciones con menor densidad de población, con 268.680 kilómetros cuadrados de extensión (el tamaño aproximado de Italia o Japón) y una media de apenas quince habitantes por kilómetro cuadrado. Por situar la cosa en su justa medida: España tiene una densidad poblacional de algo más de 93 habitantes por kilómetros cuadrados, mientras que en Italia la cifra crece hasta los 200 y en Japón se dispara hasta los 335.
No debo pintarrajear las paredes...
No debo pintarrajear las paredes...
No debo pintarrajear las paredes...

Almacén de teatro y tienda de antigüedades. Oamaru



Nunca entendí por qué en algunas agencias de viajes ofrecen como estancia hoteles con una variedad tal de instalaciones que parecen diseñados para que el viajero nunca salga de ellos. Lo cual es, a todas luces, un contrasentido habida cuenta que uno viaja para vivir ciudades, experimentar la calle o dejarse llevar ante la contemplación de un paisaje ajeno a todo cuanto había visto antes. Circunstancias que difícilmente va uno a culminar en el interior de una de esas instalacionres.
Claro que también hay hoteles que parecen estudiados para todo lo contrario, es decir, para que el viajero pase el menor tiempo posible en ellos. El Leviatán, en Dunedin, es uno de ellos. Miedo no, lo siguiente, es lo que uno experimenta al regresar de madrugada a su habitación con el silencio acuchillando el aire y la moqueta del pasillo crujiendo bajo tus pies.


"Tú con tu poder, dividiste el mar y aplastaste las cabezas de monstruos marinos
Rompiste las cabezas de Leviatán y lo diste por comida a las tortugas de mar".
Salmo 74. 13-14