- Sí, señor, el queso que usted fabrica está muy bueno, pero creo que su hijo se ha dado cuenta de que no es lo que más me gusta de su puesto. No insista en que lo pruebe otra vez.

Coloso en llamas

Remontando ríos de asfalto en Dunedin. Banksy crea escuela

El cíclope digital tiene un sólo ojo

El hombre tranquilo





Las dos islas que forman Nueva Zelanda están llenas de bichos. Muchos de ellos en libertad, lo cual permite observarlos en su hábitat natural, comportándose como suelen sin importarles demasiado la cercana presencia humana. Claro que todo tiene truco y la ballenas que campan a sus anchas por las costas de Kaikoura deben estar bastante acostumbradas al ruido de los motores de los barcos de turistas que se acercan a la zona para divisarlas. Y de esa presencia han hecho un hábito.
Pero también es cierto que el grado de protección que la fauna y el medio ambiente posee en este país no es comparable al de ningún otro, que las leyes al respecto son tremendamente estrictas y, lo más importante, se hacen cumplir a rajatabla.
Ello se traduce v.g., en que el acceso a las zonas habitadas por el pingüino de ojo amarillo -rarísimo ejemplar en vías de extinción que sobrevive en pocos rincones del planeta- durante el periodo de cría es limitadísimo. E igual ocurre con el albatros, el león marino o la foca común.
Eso sí, ovejas y gaviotas, todas las que usted quiera.