'Piedring' en el lago Wakatipu. Queenstown

Cualquier tiempo pasado ¿fue mejor?

Cosecha del 57. Paseo central de Oamaru.


Émulo de Bob Dylan en el mercado dominical de Dunedin


Parque geotermal Te Puia de Rotorua. La guarida del demonio o de cómo la peste a azufre puede llegar a inutilizar tu pituitaria durante toda una mañana. Sus charcas de lodo inspiraron las ciénagas que habitaba Gollum-Sméagol. Es, además, tierra sagrada para los maoríes.

El hábito sí hace al monje. Es lo que cree el amigo Trevor, dueño de The Court Theatre Costume, una deliciosa tienda de alquiler de trajes para representaciones teatrales, ambientación de películas o simples fiestas de disfraces. El local, en el Arts Centre de Christchurch, es un pequeño laberinto de escaleras y habitaciones donde no cabe ni una sola peluca más. Lo mismo sales de allí travestido de María Antonieta que de alabardero prusiano.
Y para demostrarlo, su dueño cada día atiende al público vestido a la usanza de una década diferente. Lo pillé vestido de bufón de la corte. De esos hay en todas las épocas.


En los maravillosos e-sites de Nueva Zelanda recomiendan dedicar a la visita del Museo Nacional Te Papa, en Wellington, un par de días. Es lo que tiene el orgullo patrio y que tu jefe sea el que pone la pasta para que tú comas todos los días, en este caso, el Ministerio de Turismo. Porque, a menos que pretendas leer hasta la última cartela de todas y cada una de las chorradas que se exhiben en el interior de este modernísimo edificio, la visita se despacha en un par de horitas.
Explicar los contenidos del museo es complicado. Un lugar en el que lo mismo recrean las consecuencias de un terremoto -con los ladrillos del tejado en el interior de una cuna de bebé-, que exhiben, adobado en formol, el calamar más grande del mundo, recorren la historia del pueblo maorí o te cuentan la evolución de las portadas de los discos de la música pop nacional, es, cuando menos, un carajal.
Eso sí, el edificio, levantado junto al paseo marítimo e inaugurado en 1998, es un buen ejemplo de arquitectura contemporánea neozelandesa y el lugar más seguro de la capital kiwi en caso de terremotos. Según sus arquitectos, en caso de que tuviera lugar la madre de todos los terremotos, lo que los geólogos llaman 'The Big One', el calamar gigante y la gente que se refugiara en su interior resultarían completamente indemnes.
Descanso dominical a orillas del lago Wakatipu, a los pies de la cordillera de los Remarkables. La imagen no hace honor al lugar donde fue tomada, la ciudad de Queenstown, conocida como la 'capital mundial de la aventura'. Cualquier actividad-deporte que acabe en -ing o se inventó aquí, o se practica con asiduidad: bungy jumping, rafting, jetboating, canyoning, river surfing, moutain biking, paragliding, sky diving, river surfing... Un paraíso para veinteañeros enganchados a la adrenalina.
En los alrededores de la villa se rodaron, por supuesto, escenas de El Señor de los anillos, y casi todos los exteriores de Willow.


Ferry entre la Isla Norte (al fondo) y la Isla Sur


Coca-cola, espera, sueño, amanece


Los planetas flotantes del Cafe Hanoi
Ovejas estresadas a la hora del almuerzo en la Península de Otago

Estudiantes de la Universidad de Otago estresados a la hora de tomar el sol

La multinacional británica Cadbury's tiene una fábrica de chocolate en la ciudad de Dunedin. Nada que ver con la de la novela de Roald Dahl, pero la degustación de chocolates, el olor que despiden sus máquinas, la tienda de regalos y, por qué no reconocerlo, algo de espíritu infantil, convierten la visita en algo realmente recomendable.
Estudiantes de ingeniería de la Universidad de Auckland practican técnicas medievales de lucha con espadas en un descanso de sus clases. Y hasta se visten de época para meterse más en el papel.
Cuando miro esta imagen, no puedo evitar acordarme de la secuencia del asesinato de Santino 'Sonny' Corleone en la primera parte de El Padrino. En ella, el primogénito de Don Vito cae acribillado en la emboscada que le tienden los pistoleros de una familia rival en un peaje de carretera.




La Sky Tower corona con sus 328 metros de altura un complejo arquitectónico de ínfimo gusto situado en el corazón comercial de Auckland llamado Sky City. Cuenta con hotel, restaurantes, tiendas de recuerdos, cafeterías y un horrible casino made in Las Vegas siempre a rebosar de gente. Dicen que es el edificio más alto de todo el hemisferio sur, que ya es decir, y, olvidada la polémica que el proyecto supuso en la ciudad a medidados de la década de los noventa del siglo pasado por su impacto visual, el coste de la obra y la megalomanía galopante del alcalde de turno -qué familiar resulta todo, ¿verdad?-, la aguja hipodérmica gigante se ha convertido en el símbolo de Auckland y en su atracción turística más visitada.
No hay pub, cafetería, casa o restaurante en toda Nueva Zelanda que no tenga al menos uno de ellos. Es un diseño autóctono y en su interior hay, obviamente, tomato sauce, que es como allí llaman al ketchup. El sabor es igual de repugnante, pero al menos resulta más divertido embadurnar la hamburguesa. Por cierto, si se os ha antojado la chorrada, podéis comprarla aquí.
Pues eso, no aprietes, que corres el riesgo de llevarte por delante a uno de nuestros amados pingüinos, seres extremadamente sensibles al contacto con el ser humano en esta parte del mundo pero con sus propias señales de tráfico en Oamaru.
El ferry de la Bluebridge une las dos principales islas neozelandesas en lo que dura un desayuno, una película y una siesta de carnero. Es lo que hace la inmensa mayoría de los pasajeros. Comer, ver la tele o domitar mientras el barco cruza las tranquilas aguas del estrecho de Cook. Hay quien trabaja en su portátil, hay quien juega con su Ipod y hay quien mira fijamente al horizonte para evitar la vomitera.

No es el caso de Andrew, que lo hace por razones más solemnes. Por más visto que lo tenga, se emboba con el perfil de la costa de la isla que lo vio nacer, hace 45 años. Realiza la travesía unas cuatro veces por semana, como camionero de mercancías. Aparca su vehículo en la bodega, se mete entre pecho y espalda un desayuno para tíos duros -huevos, salchichas, tostadas y demás manduca facilita de digerir- y se aposta en la borda para dedicarse, durante tres y horas y media, al simple placer de la contemplación. "Me gusta este país, donde hay muchas más ovejas que habitantes", me advierte. "Me gusta el New Zealand way of life, el permanente contacto con la naturaleza, la comida sana y los paisajes deshabitados. Creo que nunca me iré de aquí", me suelta antes de entrar en el puerto de Picton. Toda una declaración de amor.